Sentado en la silla indicada, entre las correspondientes vacías, dos a cada lado, como parecía ser norma, miraba con más indiferencia que curiosidad a la pareja de chinos intentando hacerse entender con el tipo del otro lado del mostrador, panel transparente por medio, repitiendo una y otra vez preguntas y respuestas en una especie de aproximación dialéctica que al final convergía en una única palabra clave que abría la puerta al entendimiento, hasta la siguiente pregunta o requerimiento. Ahora el hombre mostraba, apoyándola contra el plástico o lo que quiera que fuera el material que los separaba, una tarjeta que parecía de identificación y de la cual tomaba nota el tipo sentado frente a ellos. Dos filas más allá de la suya, hacia la izquierda, una muchacha de ojos y pelo negro muy rizado le explicaba a la que debía ser su madre, cubierta de la cabeza a los pies con un pañuelo blanco de flores y una prenda larga azul claro que apenas dejaba a la vista unas zapatillas deportivas, también de color blanco, el procedimiento para acceder a la consulta, señalándole la pantalla informativa situada justo delante de ellas, donde aparecería el turno, el número de la consulta y la clave que las identificaba, la misma inscrita en el papelito que la muchacha sujetaba en su mano; era más el esfuerzo e interés de la joven que la atención de la mujer, entre despistada y aburrida, fiada al criterio de su hija a la hora de saber cuándo y hacia dónde deberían caminar en el momento en el que apareciera su clave en la pantalla. Apenas se les oía, pero no dejaban de cuchichear. Un poco más allá un par de africanos enormes en ropa de faena aguardaban embobados en sus teléfonos móviles, uno de ellos mostraba en un brazo una escayola que en algún momento lució blanca, ahora pintarrajeada sobre un fondo entre gris y marrón que mostraban el paso del tiempo y algo de descuido, probablemente aguardaban para al fin liberarle la extremidad dañada; no le gustaban como no le gustaron cuando casi le atropellan al entrar, más pendientes de sus pantallas, sobre las que no dejaban de comentar igual que autómatas, que de fijarse por donde iban, en fin, nada de lo que no sucediera en otro lugar con cualquiera de los miles que viven abducidos por el teléfono.
Se sentía desubicado y no era la primera vez que le ocurría algo similar, ya le había pasado en el autobús o en alguna tienda, estar rodeado de extranjeros y sentirse extraño, como si él también lo fuera, con la diferencia de que él estaba en su país, era de aquí y ellos no. Incómodo hasta la desconfianza, un intruso entre aquellos que, cada vez lo pensaba con más frecuencia, en el fondo no eran como él, procedentes de otros lugares que a su pobre imaginación se le antojaban tan desconocidos como oscuros, gobernados por unas costumbres tan ajenas y extrañas como amenazantes. Y helos aquí, como si esta fuera su propia casa, sintiéndose con derecho a todo lo que hasta hace nada era nuestro. Se hallaba solo entre desconocidos, alterado por una desazón que le resultaba tan familiar como embarazosa, irritación que le provocaba un temor muy básico y la imperiosa necesidad de salir cuanto antes de allí para correr a casa y refugiarse entre los suyos.
Su cabeza no estaba preparada para aquello, de hecho nunca lo estuvo, durante toda su vida se había dedicado a trabajar, sin apenas tiempo para otras cosas que no fueran sus propias prioridades, integrado por nacimiento en un mundo y unos acontecimientos políticos que siempre fueron por otro lado, una especie de imposición que ahora le resultaba desconocida, tampoco es que antes le hubiera sido más cercana, era lo que había; a pocos años de su jubilación, cuando debería sentirse seguro y confiado sucedía justamente lo contrario, incluso llegaba a dudar si llegaría a tiempo a jubilarse, si habría dinero para que pudiera disfrutar de una pensión los años que le quedaran de vida. Para qué servía votar si el dinero se iba para aquella gente, para todo aquel que viniera exigiendo derechos, entre unos y otros estaban arruinando un país que ya no creía suyo, si es que alguna vez lo creyó o se preocupó por sentirse ciudadano en él, saber qué necesitaba de su persona. La próxima vez que hubiera votaciones lo pensaría mejor, o directamente no votaría… o lo haría al partido que ofreciera seguridad y protegiera y fomentara lo nuestro, pero… ¿qué era lo suyo?