1

Este año que comienza aterrizamos en terreno desconocido después de una sorprendente travesía nunca antes imaginada, no hay referencias ni datos históricos de los que echar mano para comparar, todo está por hacer, incluso lo que no hemos hecho. Durante la última noche pusimos al mal tiempo buena cara porque tocaba, engullendo una uvas con un regusto amargo y sin saber en el fondo a qué carta quedarnos, qué teníamos que celebrar; probablemente los hubo que volvieron a lanzarse a la piscina hasta caer redondos, en esta ocasión en tiempo récord, incluso por despecho contra ese año de ceros y ante la extrañeza de una gran mayoría que seguíamos en el mismo lugar de siempre pero sin recordar muy bien dónde estuvimos y por donde pasamos, todavía confusos, aunque desgraciadamente conscientes de lo que dejamos o perdimos. Pero nada ha terminado porque nada realmente se fue, y no se trata de una figuración que no conduce a ningún lado, la vuelta de la esquina es hoy y la situación es exactamente la misma que ayer; hemos dejado atrás un año al que casi todo el mundo se ha dedicado a insultar y maldecir provistos de una razón más bien simple, otra bobería más con la que pretendemos sacar pecho y zanjar una cuestión que somos incapaces de resolver -¡cómo nos gusta engañarnos!-, como si con ello diéramos carpetazo y todo fuera a cambiar de un día para otro. Llega uno nuevo que en su primer día nos pilló expectantes, mirándonos con las palabras a medias y la mosca permanentemente detrás de la oreja ¿por qué brindamos? ¿en cuántos lugares se ha repetido el mismo brindis? Si no hubo fiestorros públicos y solo quedaba la televisión -¡horror!- ¿cuándo nos fuimos a la cama? Aunque a más de uno le hubiera parecido una buena idea, casi desesperada, y por eso buena, alguna de las innumerables fiestas prohibidas -¡cómo nos gusta!- en las que hacer como si no pasara nada a sabiendas de que lo más atractivo de la propia fiesta es que sí pasa, para luego jactarse y relamerse, cuando la cosa luzca más segura, porque si después no puedes presumir de haber estado para qué fuiste. ¡Ah! si, hay motivos de esperanza, aparte de cerrar los ojos como si la cosa no fuera conmigo y esperar, lo que sucede es que esa esperanza, habituados como estamos a comportarnos como incapacitados llevados de la mano, tampoco nos pertenece; otra cosa sería merecerla.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario