Un mundo extraño

A estas horas de la mañana una mujer rumana tan amable como eficiente sostiene a una parroquia que vegeta ante un café con el mismo desinterés con que atiende a cada nuevo cliente que empuja la puerta buscando una bebida caliente con la que despabilar otro día en el que el sol comienza a calentar ahuyentado un viento que deja una calma casi completa solo interrumpida por el canto de los pájaros y un horizonte limpio bajo un cielo azul que invita a demorarse o a caminar más de lo debido en un otoño que todavía permite momentos para disfrutar si es que uno es capaz de ir más allá y saborear lo que tiene de especial estar despierto y con los sentidos a punto aunque no todos sepan cómo o para qué mientras cada cual regresa a su respectivo vehículo y se reengancha a una radio adormecedora que no cesa de emitir noticias de contagios y porcentajes a los que les siguen más muertos resultado de una calamidad mundial que llevamos soportando más de lo imaginado sin necesidad de consentimiento o a nuestro pesar voluntariamente atados de pies y manos además de doblegados por una estupidez infinita que cada día nos aproxima al límite incapaces de hacernos con las riendas de nuestro propio mundo porque seguimos despistados y moviéndonos en contra de nosotros mismos sin todavía saber que esto nos pertenece y por ello nos corresponde estar aquí de la mejor forma posible sin tener que preguntar por qué o para qué pero esforzándonos por evitar o no llegar al desolador espectáculo de soportar noticia tras noticia de un resto del mundo igual de atribulado y sin nada de lo que congratularse tal que autómatas moviéndonos a un ritmo impuesto el cual jamás se nos ocurriría cuestionar al igual que no nos extrañamos cuando volvemos al camino y a nuestros pasos y oímos unos tiros cercanos provenientes de otros que no tienen nada mejor que hacer en esta preciosa mañana que dedicarse a matar como metáfora de un aburrimiento infinito que condena a tanta cabeza vacía a entretener su ausencia de sentido con el mal de otros animales que bien poco pueden hacer al margen de correr y refugiarse huyendo de unas botas que andarán caminos y veredas hasta que la brújula que encierran en el estómago les redirija haciéndoles cambiar de dirección hacia la misma barra de todos los días donde en estos momentos unos como ellos pero sin armas almuerzan en contra de todas las normas de prevención porque es como si estuvieran en su casa y por eso hablan tanto como gesticulan y gritan razones sin razón mirando de reojo una pantalla de televisión que emite imágenes de disturbios en cualquier lugar del país en los que jóvenes desprovistos de afectos y afinidades y reflectantes a cualquier acto de cordura o civismo queman después de destrozar y asaltar cualquier cristal a su alcance movidos por un vacío mental que causaría estupor a cualquier mínima mota de inteligencia viva que de inmediato correría hacia el lado contrario renegando de toda relación animal o humana con seres semejantes que quizás y no en el fondo tienen más de lo que parece en común con uno de los honrados simples de la barra que falto de tema de conversación o voluntad vuelve la vista hacia la pantalla asegurando que a él el Biden ese no le gusta porque le parece mejor el Trump que sabe más de economía y yo trato de no oír ni mirar y deseo que la tierra me trague porque sigo sin entender este mundo tan extraño en el que me ha tocado vivir.

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