Coincidió que, justo enfrente del hotel donde estábamos alojados, atracó el mayor yate del mundo -según la prensa, que siempre está al tanto de esas memeces que distraen al personal permitiéndole descansar de sus propias vidas-, un lujo blanquísimo de casi doscientos metros propiedad, como supondrán, de un rico jeque asiático; de por donde el petróleo rebosa por los cuatro puntos cardinales. Un resplandeciente alarde de dinero, que no poder, servido por unas sesenta personas -eso sí es dar trabajo- que, supongo, transportaría a su orgulloso propietario, familia, séquito y demás, o no; un ostentoso despliegue de jactanciosidad que, solo por el amarre, pagaba el día 2.500 euros del ala -también lo decía la prensa. Imaginen, si les apetece, qué desembolso supondría para el amplio bolsillo del jeque un par de meses ahí quieto. Después, ya picado por la curiosidad, indagué donde debía y donde no y me enteré de que el precioso barco estaba en alquiler, es decir -si sé lo que eso significa-, que cualquiera que deseara pasar, por ejemplo, una semana a todo trapo no tendría nada más que alquilarlo y a vivir que son dos días. Pero no, no resultaba tan fácil, el barco no se podía alquilar, y el meollo del asunto era que el acaudalado propietario -el jeque-, embarcado en la afanosa obligación de acumular millones procedentes del petróleo, no tiene más remedio que rodearse de expertos dedicados a ello, y precisamente esos expertos fueron los que, sabedores de que en Europa los barcos de alquiler no pagan impuestos, le recomendaron que era mejor que el barco figurara de ese modo, así el jeque se ahorraría el correspondiente impuesto de propiedad -¡menudo negocio! Lo pongo en alquiler pero no lo alquilo porque es mío y me ahorro los impuestos correspondientes por ser su propietario. Estupendo.
Y de experto a experto y cambiando de tercio, leo en la prensa que el gobierno español ha consultado a ciento treinta expertos -¡qué cantidad de expertos!- qué hacer con la economía en estos tiempos de pandemia; y una de las recomendaciones de tanta grisura reunida ha sido la de subir el IRPF a los trabajadores. O sea, que si usted es un afortunado trabajador y gana lo que gana y tiene que vivir de lo que gana -si le llega o no es otro problema-, sepa que tienen intención de subirle los impuestos a su trabajo para que el país se vaya recuperando y funcione mejor. Mala suerte. Claro, la pregunta que me surgió fue inmediata ¿son estos expertos iguales a los expertos del jeque? No vale responder que según como se mire, que cada cual en lo suyo, los del jeque intentando que su forrado jefe pague menos impuestos -impuestos que podrían sufragar servicios públicos más que necesarios sin que al jeque le doliera la sombra-, y los expertos del gobierno preocupados de que cualquier ciudadano, aunque cobre una mierda, pague cuantos más impuestos mejor.
Evidentemente, cualquiera con dos dedos de frente deduciría que los primeros sí son auténticos expertos porque consiguen money para su pagador -dinero que, a tenor del tamaño del buque, consistiría en una cifra con algunos ceros a la derecha. ¿Y los otros…? ¡qué voy a decir! con todo el dolor del mundo me parece que no tienen nada de expertos, todo lo contrario, se trata de chicos espabilados y obedientes, apesebrados de baja estofa en el fondo envidiosos de sus iguales servidores del jeque y sus colegas, ciento treinta atontados que ven la economía con anteojeras -las que les imponen jeques y menos jeques-, pobres diablos permanentemente dedicados a la consigna de exprimir al que menos tiene, por si hay suerte y algún otro prepotente del dinero les llama a su seno para que cuide de sus millones, igual entonces pueden presumir paseándose por la cubierta de un yate tan magnífico. Al resto, entre ellos los millones de explotados que dispondrán de menos dinero, les queda el gustazo de pasarse por el muelle y admirar tales joyas de la ingeniería naval, y soñar, y echar a la lotería, a ver si tienen suerte y les toca para comprarse una maroma del yate del jeque, ¡que lujo!