Otra vez

Hace unos días un tertuliano, en una emisora radiofónica de postín, afirmaba sin ruborizarse que un partido de derechas no tiene ni idea de nacionalismos porque, como todo el mundo sabe, los nacionalismos son de izquierdas. Incrédulo ante lo que acababa de oír, obtuve confirmación de ello cuando el resto de tertulianos le hizo saber al mal informado que los nacionalismos no tenían nada de izquierdas, todo lo contrario.

El tipo no respondió pero imagino que siguió creyendo que la razón estaba de su lado y eran los otros los que no acababan de enterarse. Desconozco por qué una emisora radiofónica de prestigio admite y paga a individuos básicamente ignorantes en cuestiones sobre las que han de opinar, o tal vez sea que, en un intento de ampliar el abanico de opciones -que no la solvencia de las mismas-, la propia emisora asume que debe permitir en sus estudios a todo tipo de colaboradores, sin informarse ni cuestionar la bondad de los mismos. Y no hay nada peor que darle expectativas al que no sabe que no sabe.

Pero quizás el error no tuvo importancia, se cometen tantos y se dicen tantos disparates que la audiencia está ya insensibilizada, habituada a tragarse un sinnúmero de mentiras y barbaridades, ya que probablemente piensa, y con razón, que el tinglado informativo nacional ofrece de todo menos veracidad, se trata de que cada cual cuente una historia, hasta el punto de asumir que no existe una común y compartida sino la que cada cual se cree o directamente se inventa. Por otro lado, es curioso, o una desgraciada miopía política, que una gran parte de la izquierda nacional confunda y meta en el mismo saco oponerse a la pasada dictadura con ser de izquierdas, y apoye ideologías, partidos y facciones beligerantes o directamente contrarias a ideas y proyectos denominados de izquierdas.

Los nacionalismos, da igual su apariencia o disfraz, no tienen nada de inclusivos ni internacionalistas, ni mucho menos solidarios, base fundamental de cualquier organización que se diga de izquierdas, todo lo contrario, tanto sus dirigentes como sus proyectos políticos son tan conservadores y cerrados como provincianos, si no directamente fascistas, y su oposición a la dictadura estuvo motivada por unos intereses muy distintos a los de cualquier formación moderna o que viva en presente. Se trata de camarillas, organizaciones y partidos compuestas o patrocinados por oligarquías locales y regionales, o sus correspondientes burguesías, apoyados en una masa popular levantisca y engañada con la promesa de mejoras sociales y económicas si colaboran en la toma del poder.

Y si todavía hay quien duda acerca de ello solo tiene que asomarse a la realidad actual, en ningún momento los nacionalistas han mostrado altura de miras sumándose o proponiendo soluciones colectivas que incluyeran a toda la población, puesto que de eso se trataba, de proteger a una ciudadanía entrelazada por fuertes lazos familiares y de convivencia y habituada a moverse libremente por toda la península. En todo momento ha primado la opción tan mezquina como paleta de primero lo mío y los míos, y el que venga de fuera, antes que otro al que tener en cuenta y ayudar, es directamente un intruso del que hay que desconfiar y despreciar. Ninguna facción nacionalista, da igual la etiqueta con la que se vistan o los gestos que exhiban, ha hablado jamás de solidaridad o ayuda entre los ciudadanos, mostrando más bien comportamientos nazis a la hora de juzgar y, lo que es peor, catalogar a las personas según su origen.

Resulta aburrido volver una y otra vez sobre los mismos temas, quizás tan aburrido como levantarse por la mañana y llevar a cabo las mismas rutinas, pero no debemos abandonarlos porque somos precisamente eso, son esas tareas y rutinas, en las que se insertan las vidas particulares, las que hacen, fortalecen y enriquecen la convivencia, y en última instancia es lo que somos. Por eso, cualquier intento de división, diferenciación o segregación resulta reaccionario, da igual la máscara que utilice, si no se trata directamente de racismo. Solo hay una diferencia importante entre nosotros, la única que merece la pena combatir, y es la desigualdad que provoca la riqueza, cualquier otra empresa que no tenga como primera opción esa lucha es volver a la parte más despreciable e innoble de la especie humana.

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