Comunidad

Una epidemia es un problema común que forzosamente ha de resolverse en común -en este caso no viene a cuento global, término demasiado manido y que da lugar a demasiadas imprecisiones. Imagino que hasta ahí todos lo tenemos más o menos claro, luego la respuesta ha de ser común, es decir, para incomodidad y molestia de algunos, hemos de colaborar unos con otros para salir adelante. Esta opción común exige de cada uno lo que pueda o esté dispuesto a dar para alcanzar el objetivo final, incluido dejar a un lado cuestiones personales y buscar qué tenemos o podemos ofrecer para colaborar, para ayudar en la medida de nuestros conocimientos y nuestras posibilidades. Lo que suele decirse de arrimar el hombro.
En toda comunidad, también en la nuestra, existen unos representantes -a ser posible libre y democráticamente elegidos- encargados de tomar decisiones que afectan a la totalidad de los ciudadanos. En la situación en la que nos hallamos, confinados en nuestras casas, las decisiones a tomar tienen mucha más trascendencia porque afectan, alteran e interrumpen cuestiones y circunstancias personales que poco o nada tienen que ver con la vida política, pero, en cualquier caso, siguen siendo decisiones comunes y alguien ha de responsabilizarse de ellas, ya sea por su posición o porque directamente le tocan, y ese alguien tal vez sea el más inexperto o inapropiado, el más alejado y ajeno a los problemas comunes, al más tímido o el más valiente, tanto da, decide quien en ese momento está en el lugar donde se decide; también es indiferente si su estancia es pasajera o permanente, en las situaciones extraordinarias nadie es experto. La cuestión estriba en actuar lo antes posible -puesto que abstenerse o dimitir no es una opción, se perdería un tiempo precioso-, sin demora o, al menos, procurando que la demora, después de las consiguientes consideraciones y valoraciones pertinentes, sea la menor posible.
Es lo mismo que cuando imaginamos cómo actuaríamos en tal o cual circunstancia extraordinaria, hay quienes se lanzan, e incluso aseguran, que ellos harían esto y aquello sin ningún género de duda. Luego llega el momento y puede darse el caso de que no tengamos respuesta, no es que nos caguemos -que también-, sino que no sabíamos -de eso se trataba- y probablemente actuemos como nunca habíamos imaginado. Después quizás nos avergoncemos o, en cambio, nos sintamos orgullosos el resto de nuestra vida; sin haberlo soñado actuamos entonces como debíamos y dimos de nosotros algo que no imaginábamos que poseyéramos. Enhorabuena.
Por eso, una vez tomada la decisión, dada la voz de alarma y puestas en marcha las condiciones y prescripciones necesarias para intentar sofocar ese desgraciado y mortal imprevisto, el papel de la comunidad debiera ser el de colaborar desde el primer momento, sin rechistar, poniendo lo posible de cada uno, incluso intuyendo o a sabiendas de que quizás haya cosas que se podían haber hecho antes o mejor -olvidamos con frecuencia que desgraciadamente también pueden ser peores. Las dudas, las réplicas y las críticas, si no son constructivas y de efectividad inmediata, no tienen ningún sentido, es más, solo crean inseguridad, confusión y más temor. No digo que no las haya -todo es mejorable-, pero es preferible guardarlas para después, una a una si es preciso, y dedicarse a colaborar en lo posible, aportando opciones o salidas a partir de lo que está en marcha y todos más o menos cumpliendo, consiguiendo que la gente se sienta unida, convencida de que se trata de un trabajo en común, que el esfuerzo es compartido, tanto por parte de quienes están en primera línea como por parte de quienes, desde atrás o desde sus capacidades y posibilidades, también colaboran como pueden, sin fisuras, de tal modo que mirándonos a la cara unos a otros no veamos signos de duda en nuestros rostros, que nuestra expresión y nuestras palabras sean motivo de apoyo y de aliento para ese otro a punto de derrumbarse. Todo lo que no sea eso es inmaduro egoísmo y mala fe. Estamos aquí por ser quienes somos y estos son los tiempos que corren. No seamos mezquinos.

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