Steiner

Como si una de las salas más espaciosa e importante del pasado siglo XX se hubiera cerrado de forma definitiva, y digo definitiva porque él era el siglo, representaba tanto su belleza como su complejidad, su viva cercanía y las sombrías consecuencias de su horror. Nadie como él podía hablar y hablar de todo lo que la pasada centuria ha significado y significa para la humanidad de hoy, de las innumerables y profundas raíces que, prolongándose a lo largo de la historia, nos han situado en lo que en la actualidad somos, una humanidad secuestrada que cada vez tiene menos idea de lo que es ni hacia dónde se dirige; que, obsesionada por no tener tiempo para tener tiempo, ignora lo que está perdiendo.
Probablemente la noticia de su desaparición pasará desapercibida para una gran mayoría de aquellos que, sin saberlo, fueron el objeto último de su trabajo, tantos que han tenido y todavía hoy tienen al alcance de la mano esa inmensa felicidad que, en exclusividad propiedad, cualquier representante de la especie humana puede proporcionar a sus semejantes, cercana, minuciosa y delicada en su práctica, al tiempo que infinita e universal en sus logros. Para George Steiner la patria estaba en cualquier lugar en el que tuviera a su alcance una mesa, un café y unos libros, y la felicidad era completa si enfrente podía encontrarse con los ojos de alguien con quien hablar, al que escuchar y que a la vez escuchara, completando una ceremonia íntima e intemporal en la que se ponía en juego todo lo que de sí ha dado la humanidad hasta hoy. Cada palabra dicha, cada palabra escrita, cada nota tocada abrían las puertas a un gigantesco solo armónico al que cualquier persona podía acceder si era capaz de detenerse, sentarse y disfrutar escuchando.
Tampoco saben de él, y me temo que desgraciadamente no sabrán, los niños, una de sus últimas preocupaciones, millones secuestrados por una educación que en el fondo les desprecia, sujetos inocentes concebidos para encajar en procesos educativos que son antes y más importantes que ellos, una mareante y compleja sucesión de técnicas y ordenaciones docentes producto de mentes obsesionadas con el método y los resultados. Víctimas inocentes de cerebros programados y programáticos más preocupados por adaptar al sujeto vivo a su deriva sistémica y pedagógico-instrumental que obsequiarle con el disfrute de las vastas creaciones humanas; mundos que poco a poco van siendo condenados al olvido en aras de una instrumentalización vacía de contenidos concebida para engendrar y perpetuar una infancia que, desde la más temprana edad, es conminada a crecer sintiendo como propias la ansiedad y el desánimo de adultos derrotados.

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