Derechos

Cualquier uso de la palabra derechos que no tenga que ver con posiciones o movimientos en el espacio de cualquier objeto, animal o vegetal queda reducido en exclusividad a la especie humana, única en el universo vivo conocido que tiene conciencia, es decir, la facultad para sentirse presente en un lugar y en una realidad concreta, además de con capacidad para organizarse de forma más o menos razonable en todos los aspectos de su vida, a lo que unir la potestad para llevar a cabo legítimamente todo lo conducente a los fines que uno mismo sea capaz de elegir.
No existe ningún otro ser vivo que posea tales cualidades, ni por aproximación. Se trata de que ninguna piedra tiene conciencia de ser piedra y vivir en un mundo de piedras, como tampoco la tiene un león, un gato, una lechuga o una ballena, es lo que hay. Los animales se mueven por instintos transmitidos genéticamente, a lo que sumar una inteligencia elemental basada en destrezas, habilidades y experiencias que pueden llegar a pasar de generación en generación, nada que ver con la comprensión o el entendimiento. Un animal puede llegar a asociar A con B, y aprender que de esa asociación se obtiene C, será capaz de memorizarlo, transmitirlo e incluso perfeccionarlo y, llegado el caso, repetirlo con total naturalidad tantas veces como precise; pero nunca se peguntará ni entenderá qué son A o B, por qué se dan, con qué objeto, en qué otros procesos pueden utilizarse, cómo modificarlas, mejorarlas o directamente eliminarlas a cambio de nuevas creaciones más elaboradas o complicadas.
Luego, cualquier intento de atribución de derechos a un ser vivo que no sea un ser humano está fuera de lugar, es un error de bulto que carece completamente de sentido. Se trata de una mala práctica del lenguaje por parte de personas tremendamente básicas, o egoístas, y en cualquier caso solo sirve para enrarecer y confundir aún más las relaciones humanas
Otra cosa muy distinta es valerse, hacer uso, emplear o utilizar, como viene haciendo la especie humana desde hace milenios, a los animales por necesidad, conveniencia o directamente capricho, beneficiándose de su compañía, de su fisiología y esfuerzo cuando están vivos y aprovechándose de su cuerpo cuando mueren. La forma en que lo hagamos, los medios que utilicemos, la cantidad de ejemplares de la que nos valgamos y el modo de hacerlo son cosas distintas, se trata de un tema completamente diferente en el que priman los deseos y el objetivo humano final perseguido. Respecto de esto cabría preguntarse si cantidades, medios y modos son correctos o adecuados, más o menos crueles, prescindibles, evitables o directamente eliminables; en última instancia se trata de alterar la realidad inmediata del animal en función de un beneficio que la especie humana considera importante para sí misma, no lo olvidemos, y en el momento que se da esta opción el animal deja de ser respetado y de tener entidad como ejemplar libre e independiente.
Quien, por ejemplo, es capaz de obligar a un perro a vivir, comer y defecar cómo y cuándo al amo le apetezca -obviando por completo la naturaleza del animal-, de arrastrarlo del cuello impidiéndole moverse libremente o, peor aún, directamente castrarlo porque cuando entra en celo arma mucho escándalo en el vecindario -creando una especie de animal/zombi incapaz de vivir en libertad, que morirá triste y desorientado a las primeras de cambio- no tiene ningún derecho -ahora sí es pertinente- a hablar de nada que tenga que ver con animales. Su egoísmo, o peor aún, su soledad, lo inhabilitan para otra cosa que no sean su ombligo y sus narices.
Cuando se habla de derechos de los animales, o se exigen, se está cometiendo una barbaridad de la que la propia especie humana no puede salir bien parada. Si hay personas que exigen derechos para los animales mientras aceptan que todavía haya en esta tierra individuos de su propia especie que no los tienen ni jamás los tendrán algo no funciona como es debido. Mas nos valdría limpiar nuestra conciencia obligándonos hacia nuestros semejantes que necesitan ayuda en lugar de desviarla vergonzosa y egoístamente hacia unos animales que al margen de su uso humano como objetos no tendrían cabida en la naturaleza.

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