El título de la película es lo de menos, otra de ciencia ficción con buena pinta y escaso recorrido, el justo para desempacar un principio más que aparente pero que, como de costumbre, acaba desinflándose cuando el guionista o guionistas han de meterle mano al asunto, es decir, cocinar una trama de cierta solidez que valide y de consistencia a los protagonistas coronando la cinta, si es posible, con un final mínimamente digno. Pero no, otra que vuelve a caer cuando llega el momento en el que tienen que suceder cosas, los personajes hacer de ellos mismos y los efectos digitales pasar definitivamente a un segundo plano porque ya empiezan a cansar. Pero la luz se aleja cada vez más y el espectador se va ensombreciendo poco a poco, en la butaca de la sala de cine o en el sofá de su casa, víctima de un solemne aburrimiento.
Llega el momento de las inevitables peleas que, a falta de nada mejor, posicionan de forma infantil a los malos contra los buenos. Primero golpearán los malos, con trampas y/o algún destello de lucidez sin continuidad, lo justo para bordar su minuto de gloria y poner al espectador en su contra; luego toca un periodo de calma, preludio del fin de fiesta, hasta el momento de los mamporros decisivos, traca definitiva que probablemente satisfará ese íntimo y primario deseo de venganza que el espectador pone de su parte con tal de salir tan contento como indiferente, listo para tomarse la cerveza o el refresco de costumbre.
La carencia de recursos argumentales e imaginación en el cine comercial es tal que llama la atención que tantos y tantos guionistas acaben recurriendo a la aburrida pelea entre gallitos para solventar un hipotético guion que nunca fue tal -igual me estoy equivocando y lo que realmente le interesa a la gente son las tortas. Única y primitiva forma de manifestar su parecer que conoce la parte masculina de la especie, esa recurrente y aburrida ristra de golpes con las que unos hombres super hormonados dirimen sus diferencias de opinión; el caso es cascarse de lo lindo.
Si, por necesidades del guion, han de aparecer mujeres pocas veces utilizarán las armas masculinas -excepto cuando el guionista, francamente corto, pretenda mostrar una igualdad entre géneros casualmente circunscrita al único, cutre y arcaico lenguaje de las tortas. Generalmente irán y vendrán como si tal cosa, haciendo de mujeres, es decir, adornadas o mostrando un rutinario y machista exhibicionismo de género, y si el tipo afina mucho tal vez se le ocurra incluir algún que otro comentario sarcástico respecto de la manía masculina de resolver cualquier disputa a hostias.
Pero el colmo de los colmos, tal y como sucede en la película sin nombre de la que les hablo, llega cuando, en un lacrimoso y ridículo giro, el machito de turno decide vestir su próxima y sangrienta venganza con las galas de una feliz epifanía que milagrosamente, tal que Pablo convertido, le autoproclama nuevo mesías y salvador de la especie con la celestial tarea de apartar a la humanidad de su error -eso de jugar a ser Dios que tanto le gusta a hombrecetes de registros mentales limitados-; labor para la que, ahora más allá del bien y el mal, necesitará machacar sin piedad a los pocos y desgraciados supervivientes que se desangrarán sin saber de dónde les vienen los tiros. Cine malo bien hecho.
Lo curioso de este repetido empeño, simplificador, masculino, machista o de puro poder, es la insistencia en hacer del protagonista de turno el pirado, o iluminado, de turno, como si de una cualidad del hombre, exclusivamente como género, se tratara; una sagrada fijación incrustada en el subconsciente de cualquier hombre, también de ese que, como Dios, se creé en la potestad de decidir entre la vida y la muerte cuando la realidad, sobre todo si es femenina, contraría sus deseos. Drástica y tradicional solución que cuenta con siglos y guerras de historia, probablemente soberbia y orgullo a falta del coraje necesario para transigir y colaborar, esperpéntica sublimación de los propios deseos por incapacidad para enfrentarse a situaciones necesitadas de razón, cordura y entendimiento; viene al pelo con tal de tirar por la calle de en medio y salirse con la suya. Volver a reinventar a Dios, como tampoco faltarán desgraciados y desesperados que a falta de nada mejor que llevarse a la boca se unan al bando más pendenciero con tal de sacar algún rédito con el que mejorar sus tristes existencias. Otra nueva versión de la misma y antigua evasión reconvertida en visión.
No recuerdo películas en las que el redentor y descubridor final de esa hipotética y socorrida divinidad fuera una mujer, será que nunca han existido, las mujeres siempre han sido -también a la fuerza- más prosaicas en sus tareas.
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