Es sabido que el lenguaje es un instrumento vivo en constante cambio, una herramienta con la que los hablantes, sus propietarios y usuarios, se comunican entre sí y dan forma al mundo que nos rodea. Este uso hace que cualquier modificación o cambio del lenguaje en el tiempo acabe siendo validado por el resto de la comunidad, oficial y no oficial, de tal modo que quien o quienes no estén al tanto de tales cambios corren el peligro de quedarse descolgados del desarrollo de la propia sociedad en la que viven.
Asumida esa capacidad de cambio y adaptación que la lengua posee, o nosotros con su uso le damos, hay, sin embargo, palabras que son vilmente despojadas de significado en función de una época y unas inclinaciones utilitarias y egoístas que tienen más que ver con la voluntad, la incompetencia y la intransigencia de algunas personas, generalmente cercanas al poder, que con el interés de comunicarse o simplemente hacerse entender entre conciudadanos.
No hay palabra que en público resuene más y a la vez parezca más ambigua o imprecisa que “responsabilidad”, sobre todo cuando es dicha por boca de políticos con importantes problemas morales y de ambición. Y digo problemas morales por no referirme a desarreglos personales, tan subjetivos como arbitrarios, a la hora de juzgar cualquier situación que no coincida con su forma de pensar, lo que no deja de ser lo mismo que pretender imponer un pensamiento único que automáticamente censura y desprecia como contrario, erróneo o irresponsable todo aquello que no se avenga o disienta de sus deseos.
Que de las dos acepciones de “responsabilidad” que considero más importantes, la que se refiere a responder por alguien o algo, o la de poner cuidado en lo que se hace o dice, ambas carezcan de valor en la política actual, muestra hasta dónde se ha llegado a la hora de despojar de significado a términos que no hace mucho parecían tan claros como vitales a la hora de juzgar la integridad de una persona.
Poco a poco, por pura conveniencia, codicia o intereses espúreos han ido desapareciendo tanto este como otros muchos de los puntos comunes en los que se apoyaba esta comunidad, como cualquier otra, a la hora de la convivencia; de tal modo que nos hemos habituado sin rechistar a oír discursos llenos de palabras pero carentes de sentido. Atrás quedaron los acuerdos, las coincidencias, los puntos de partida comunes indispensables para el entendimiento más básico; hoy, hasta aceptar y convenir que hablamos de un vaso o una mesa puede resultar problemático.
Eugenio Trías, a la hora de hablar de la importancia de la libertad, afirmaba que ser libre significaba ser responsable. ¿Dónde quedan hoy sus palabras? En la actualidad, incapaces de ceder a la hora de un simple acuerdo, ni siquiera de principios, darían lugar a una algarabía de gritos y acusaciones interesadas que harían salir corriendo a cualquier persona con un mínimo de sentido común; ese sentido común que, antes de asentir obediente al parecer general y doblar la cerviz sin criterio, pregunta y exige razones comprometedoras y objetivas acerca de lo que se está hablando o se quiere decir. Una realidad de hecho que nada tiene que ver con la excusa de una voluntad de poder, sino con el apego servil a una mediocridad irresponsable que fía todo ejercicio de comunicación a una desmemoria común.
Que hayamos llegado y aceptado tales pérdidas de significado en términos y palabras que deberían ser fundamentales a la hora de una convivencia activa en ningún modo está relacionado con progresos, creencias o cambios de pensamiento, tiene más bien que ver con el despojo y la manipulación, ni siquiera interesada, del valor del lenguaje como vehículo de entendimiento a manos de la corrupción y propia incompetencia de los mismos hablantes; la escenificación de una jaula de grillos en la que gritos y ruidos prevalecen por encima del entendimiento entre compañeros, políticos o compatriotas trabajando en pos de objetivos comunes.
Hoy, cuando oímos a quién sea hablar de responsabilidad o responsabilidades y le miramos a la cara tenemos dos opciones, o nos trae completamente sin cuidado porque sabemos que directamente está mintiendo, o se nos cae la cara de vergüenza por haber admitido que tipos de semejante calaña mangoneen los intereses comunes sin que nadie sea capaz, no solo afearles su mendacidad y cinismo, sino de patearles el culo y echarlos directamente a la calle.
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