Después de pasar accidentalmente por otra película con asesino en serie me dije que aquello tenía cada vez menos sentido, si es que en algún momento lo tuvo; no pude acabar de verla porque además de absurda e imposible me parecía risible, la enésima paja mental de un tipo parco en ideas dedicado a retorcer su aburrimiento hasta vomitar unas pocas páginas repletas de sangre y truculencias varias, la mayoría inverosímiles, con las que atraer hasta hacerlo bostezar a un espectador que ve en la violencia gratuita el único motivo para acudir al cine.
Por eso no es de extrañar que ocurran sucesos como el de hace unas semanas, creo que en Rusia, donde una criatura, con la excusa odiar la escuela -como si no la hubiéramos odiado todos cuando críos-, además de admirar a los asesinos en serie, acudió a un centro escolar armada hasta los dientes y se lio a tiros con todo bicho viviente.
Admitiendo aquello de que en ocasiones la realidad supera a la ficción, tampoco es menos cierto que el cine de asesinos, da igual si en serie o a conciencia, se alimenta de guiones a cual más retorcido e incomprensible en la vida real. La cuestión es exprimir el mal -ese socorrido y bienhallado argumento que nunca parece tener límites- con tal de entretener a un hipotético espectador hastiado de su día a día y presuntamente aficionado a los anómalos y criminales descarríos de cualquier pobre solitario con cuentas pendientes contra una sociedad siempre culpable; como también supongo los habrá en la vida real. El caso es ensamblar personajes tan inhumanos como refractarios ante la cordura, tipos pasados de rosca en posesión de una fina y despiadada inteligencia capaces de llegar a unos extremos de cálculo y precisión para los que ni siquiera el siguiente muerto aparece con entidad suficiente como justificación. Individuos adeptos a una ingeniería criminal de precisión tan cara y exhaustiva como vacía. Es cierto que un guion cinematográfico puede moverse por donde al escritor le apetezca, pero en más casos de los deseables aquel se retuerce sin fin más preocupado por montar disparatados y cruentos asesinatos apoyados en complicadísimas coartadas, tanto psíquicas como materiales, que pretenden dar consistencia y credibilidad a unos personajes y sus correspondientes actos que nacieron irremediablemente perdidos en el interior de una barroca, interminable y sangrienta retórica completamente gratuita que hace tiempo perdió algún motivo humano como referencia plausible.
El previsible final, por supuesto, siempre gloriará a los buenos, sobre todo después de una rocambolesca investigación que deberá cargar con un par de fracasos y varios palos de ciego de un “prota” que al final consigue ponerse a la altura del reto y vencer a su desafiante enemigo recomponiendo una realidad tras la cual no había absolutamente nada. Fin de la juerga.
No sé hasta qué punto el cine tiene derecho, que lo tiene, ni en función de qué libertad creativa, que también hay que dar por sentada, a comercializar pesadillas tan crueles como inútiles protagonizadas por personajes e historias tan inadmisibles y podridas como nefastas con el único motivo de entretener a un público que probablemente admitiría y disfrutaría con otros guiones menos sangrientos y más inteligentes. Sin mencionar esos otros y desgraciados casos aislados en los que un pobre tipo encuentra en cualquier tour de force cinematográfico la ‘imaginativa’ fuente de inspiración para hacerse un hueco en las noticias del mundo.