En esas reuniones que suelen organizar los próceres de las respectivas para intercambiar obvios pareceres no es difícil imaginar a catalanes y vascos hablando en castellano de sus gloriosas singularidades e insoslayables diferencias con respecto al denostado español perezoso, juerguista y estúpido, sin país del que presumir y pueda sentirse orgulloso. Porque, unidos en las aspiraciones a su mutua liberación del opresivo yugo nacional -ese otro nacional que no es el suyo, además de ser mucho peor porque incluye a más gente-, no tienen más remedio que echar mano del maldito y despótico castellano que tanto odian e históricamente ha venido contaminando perniciosamente sus purísimas formas de ser y pensar. Porque sus naturales e inmarcesibles singularidades y diferencias merecen ser comunicadas y compartidas con las diferencias y singularidades -tan inmarcesibles, si cabe, o más- de los otros, compañeros de lucha con los que -¡ojo!- jamás osarían mezclarse, ya que ello volvería a amenazar su sacrosanta virtud nacional y regresar a las andadas. Siempre es bueno compartir divergencias y excelencias con quienes, al igual que nosotros, son y se sienten también incomparables -pero que no sean españoles-; esas disensiones son las que verdaderamente unen, las auténticas, y el hecho de rebajarse a utilizar la lengua opresora es un mal menor, ya que entre ellos prima el entendimiento razonable antes que el enfrentamiento, porque si tuviera que ser con los españoles ¡imposible!
Claro, como dijo un tal señor Auxandri (a quien uno imagina catalán de pura cepa) en una de esas reuniones dirigiéndose a sus esforzados correligionarios vascos: “Os envidio pero solo en parte, porque sin eso -se refería al, según él, envidiable sistema fiscal vasco– en Cataluña no habríamos tenido ese clic que ha puesto en marcha todo.”
Se trataba de dinero, dinero necesario para “construir un país” y que desgraciadamente ellos no tienen, en parte porque han de compartirlo con los odiados españoles, en parte porque es desviado por sus amados caciques, vía 3 %, hacia sus propios bolsillos; en parte malversado por una corrupción tan sucia y nativa como española y en parte dilapidado en un proselitismo católico-nacionalista al que nada importa el ciudadano de a pie -individuo únicamente necesario cuando hay que gritar, insultar, llenar las calles y ocupar páginas de prensa. Porque si los catalanes, o gallegos, o andaluces -ya puestos a odiar- también hubieran utilizado las bombas y los asesinatos para conseguir el sistema fiscal vasco -con tan altas cotas de bienestar- otro gallo nos estaría cantando. También ignoro dónde estaríamos.
El resto, los sin identidad, los que no sabemos qué decir porque como dóciles idiotas nos hemos autoconvencido de que no nos incumbe, los que no tenemos ni sabemos qué defender, los que vivimos en este país porque nos hemos caído, debemos asistir al espectáculo sin voz ni voto, oyendo y aceptando de buen grado las memeces que nos impongan tanto retrógrado racista.