El dedo

De pronto recordé mis primeros trámites con las instituciones bancarias, las firmas repetidas formulario tras formulario, los documentos indispensables, los necesarios avales; luego las exclusivas y personales contraseñas, los crípticos y secretos códigos de acceso etc. Mientras, la gente mayor de entonces seguía moviéndose vía huella dactilar. También recuerdo aguardar en una cola mi correspondiente turno para retirar dinero en efectivo y cómo el anciano que tenía delante le pedía a la cajera con evidente embarazo un tampón, de tinta generalmente azul, para impregnar su dedo pulgar y así firmar el formulario de rigor; “…es que no sé escribir”, se excusaban avergonzados. Seguíamos siendo un país atrasado, aunque los vientos de cambio comenzaban a soplar con fuerza, o eso creíamos. No es que hallamos mejorado mucho con el paso de los años, pero en eso de los usos informáticos, que todos utilizamos con presuntuosa solvencia y sólo unos pocos entienden su funcionamiento, nos comportamos como una más entre las naciones civilizadas; trajinando con claves de acceso, códigos, passwords, IBAN y contraseñas hemos inflado un jerga repleta de secretos y desconfianza que nos convierte en expertos, aunque no sepamos de qué. Y lo último es que dentro de poco tanto misterio no nos servirá de nada, nuestra experiencia informática irá a la basura de un plumazo. Esos mismos bancos que antaño nos ofrecían tan selectos medios para introducirnos en sus pasillos y cámaras acorazadas virtuales han empezado a decidir que no merecemos el gasto y tiempo que genera tanta parafernalia, que era más práctico el método del tampón, total, a fin de cuentas les importan una higa nuestros retorcidos códigos personales y sus inevitables problemas de memoria y olvido. Ahora mismo, los bancos que fanfarronean de tecnológicamente modernos ya están vendiendo la última tendencia como la panacea definitiva, el dedo, y para recochineo general lo publicitan como el más exclusivo y seguro modo de operar en cuestiones de dinero. O sea, que a hacer puñetas claves, passwords y contraseñas, ahora molan más y son más efectivas las formas de aquellos abuelos incultos que se movían con incómoda timidez por suntuosas sucursales de suelos pulidos. Es decir, que su amor por nosotros es tan puro como simple, interesamos menos problemáticos e igual de analfabetos, pero con dinero; adiós a nuestras floridas ínfulas informáticas.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario