Autistas

Hay ocasiones en las que es muy difícil o casi imposible hacerse entender puesto que una de las partes que interviene en la conversación impone un particular punto de vista que principalmente consiste en no tener un punto de vista respecto a lo que no le interesa o no interviene o afecta directamente a su vida particular, la vida social no existe o es otra extensión de un yo único y exclusivo; cada cual es libre de hacer todo aquello que le venga en gana si con ello disfruta o es feliz. El problema de esta posición es que resulta imposible mantener una conversación en la que haya opiniones contrapuestas porque las posibles discusiones, enfrentamientos o diferencias de pareceres significan una pérdida de tiempo, todas las opiniones son siempre respetables y las razones son tan inextricables y propias que el otro no tiene por qué aceptarlas y ni mucho menos entender. Estas personas ignoran olímpicamente -y se jactan de ello- todo lo que a su alrededor ni les afecta ni les interesa. Su voluntad se alimenta de un caprichoso aspecto personal e intransferible que exhibe y defiende a ultranza una libertad sin responsabilidades, un auténtico hacer que lo que dé la gana en el que el único condicionante es el dinero, un yo quiero en el que jamás aparece lo colectivo, el resto de las personas, la humanidad, el reino animal o la entera tierra. Más claro, uno tiene todo el derecho a hacer lo que quiera en función del dinero que disponga.

Por ejemplo, ¿que a usted le apetece escribir un libro sin tener idea de escribir? lo escribe, lo autoedita, lo reparte entre sus familiares y amigos y tan campante. Aprendizaje, tiempo, historia, lecturas, literatura, materiales invertidos o residuos finales, incluido el propio libro, no son cuestiones significativas porque lo único importante es que usted haya sido feliz haciéndolo. Que el libro es infumable o de vergüenza ajena ¡qué más da! si a mí particularmente la literatura y la cultura en general no me interesan, como si no existieran. Vamos al otro lado, para variar, ¿que usted sueña una noche con delfines blancos y de pronto siente la imperiosa necesidad de verlos y nadar junto a ellos? pues, como el que escribe un libro porque le apetece, nada mejor que cruzar medio mundo en un avión directo a las antípodas a la primera oportunidad, exigir un hotel de cinco estrellas de calidad, comida exótica en abundancia, un portentoso vehículo que le lleve hasta el mismo nido de los bichos y un experto que lo sitúe a tiro de cámara para que usted pueda sacar unas inmejorables instantáneas con las que fardar ante sus amigos. En el fondo se trata de las mismas cosas y es cuestión de gustos.

Estamos perdiendo o hemos perdido ya el sentido de lo colectivo, repudiamos arrogantemente la experiencia y el pasado y despreciamos los significados del adjetivo común y del verbo compartir además de haber olvidado el respeto a lo que ha sido o existe y es sin nuestra banal y libre intromisión y sin necesitarnos.

 

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