Hasta que paneles electrónicos y megafonía le indicaran la zona y puerta de embarque disponía de tiempo para deambular por la terminal, otra cosa era que se sintiera inquieto y descolocado porque, para variar, no llevaba nada en las manos. Podía comprar algo -se dijo. No recordaba la última vez, si es que hubo alguna, en la que viajó sin bolso ni bolsa grande o pequeña, al menos la del consabido regalo para su hija; pero ahora se iba, luego el regalo tendría que ser a la vuelta. Sin saber cómo se encontró rodeado de bebidas y dulces para regalar reluciendo bajo una iluminación más que excesiva que convertía una vulgar chocolatina en un pesado lingote de oro. No se había equivocado ni salido del camino que inconscientemente venía siguiendo, sucedía que la senda impresa en el suelo con diferente color que el resto de la terminal y recta al principio, de pronto, encauzada como un embudo por vallas móviles que impedían el paso, un atajo o la simple salida, serpenteaba de forma caprichosa entre expositores duty free. Giró la cabeza para cerciorarse de que no se había equivocado y no, no lo había hecho, había un único camino domesticado precisamente hacia la inmensa zona comercial. Maldijo a los diseñadores del marketing, o del mercado, o como se llamarán; ni cuando viajas son capaces de dejarte en paz. Como si no tuvieras ya bastante con irte. Decidió por su cuenta y riesgo apartarse de la senda amarilla y buscó al azar un rincón por donde pudiera adivinarse un hueco para escapar, cosa a primera vista difícil. Se atragantó de regalos para los niños y adultos de la familia, también de última hora o en los que tirar el dinero suelto que no se ha gastado, y finalmente se decidió por un extremo más apartado que parecía abierto hacia el vértice que formaban dos estanterías en ángulo recto. Allí había tabaco pero no salida, el diedro se cerraba de forma perfecta. Y para qué puñetas quería él tabaco, así que vuelta atrás. Al principio, distraído entre los precios, no se dio cuenta, no es que le interesaran, era su incorregible curiosidad que luego le entretendría comparándolos con los de la calle. De pronto lo vio tendido en el suelo de cara a un estante repleto de cartones de rubio americano -el del vaquero muerto-, envuelto en un traje que aún dejaba ver algunos de los lustres que en tiempos lo adornaron. Parecía dormido o sin conocimiento, inmediatamente se inclinó sobre él y comprobó con alivio que respiraba, aunque muy débilmente; lo zarandeo intentando que el hombre reaccionara y no obtuvo respuesta, volvió a hacerlo y el tipo pareció recobrar el juicio mirándolo sorprendido con barba de días. No parecía entender, tampoco él. ―¿Dónde estoy? -le preguntó el caído al mismo tiempo que él le enviaba un ¿le sucede algo? que tropezaron en el aire. Vuelta a empezar. ―Creo que me maree… hacía mucho calor… y luego debí caerme… creo. Pero no sé cuándo… ¿qué día es hoy? Le ayudó a levantarse mientras intentaba recomponerle el traje y adecentar su aspecto. El tipo miraba a un lado y a otro entre sorprendido y avergonzado, tal vez buscando una explicación que nadie le había pedido pero que él parecía necesitar. ―Debí extraviarme. ―¿Cómo dice? ―Que me salí del camino. Iba en dirección a la puerta de embarque, no llegaba a tiempo y de repente me vi rodeado de luces y tiendas… debí confundirme, o salirme sin darme cuenta. ―No, el camino es la zona de las tiendas -le aclaró. El otro parecía no comprender. ―Quise acortar, regresar a… ―La única forma de llegar a las puertas de embarque es pasando precisamente por aquí -volvió a repetir. ―Pero yo no quería comprar nada, tenía prisa… de pronto parecía enterarse. Siguió hablando y repitiendo que probablemente debió desmayarse a causa del calor cuando buscaba una salida y caer en lo que, por lo visto, parecía ser un rincón poco transitado ―¿Qué día es hoy? ―Miércoles, 12. ―Eso fue ayer, perdí el avión. La desafortunada evidencia de su descubrimiento no merecía ningún comentario más. ―¿Es que no hay otra forma de llegar al avión? Antes podías elegir entre ir directamente a tu puerta de embarque o perder el tiempo comiendo o comprando. –Parece que ahora no es posible. ―Pues vaya mierda. ―¿Tiene dónde ir? ¿Puedo hacer algo más por usted? Acaban de anunciar la de mi vuelo. ―Ah, sí, no se preocupe, vaya, vaya. Estoy bien. Disculpe por las molestias y muchísimas gracias… y perdóneme.
―Y ya lo sabe, siga el camino amarillo y no se perderá -lo dejaba casi recompuesto y visible mientras se despedía de él alzando la mano y acelerando el paso hacia lo que parecía la salida de la zona comercial, era fácil, no tenía más que seguir la senda amarilla culebreando entre expositores y más expositores, bien arropado e iluminado por las permanentes y salvadoras luces del comercio. ―¡Jo! -acababa de ver unos auriculares que le gustarían un montón a su hija… Volvían a anunciar la puerta en la que esperaba su avión. Vamos -se decía avivando la marcha-, pareces tonto, ¿para qué quiere Silvia otros auriculares?