Esa música

Sentada en el coche comenzaba a reaccionar entre quejas y maldiciones, recriminándose por estúpida y culpando a esa bazofia, que algunos llaman música, de la situación actual del mundo; sin embargo en su enfado faltaban culpables y, poco a poco, empezaba a reconocer que, en última instancia, la cosa, si puede decirse así, se limitaba exclusivamente a ella, un despiste, un cortocircuito neuronal, a saber, con el agravante de la huida a toda prisa del local, una solución que ahora se le antojaba excesiva, no porque hubiera tenido algún problema serio -bien visto, no era para tanto; tampoco sabía lo que estaba pasando ahora allí dentro-, sino por la vergüenza y la imperiosa necesidad de un punto de sosiego y el siguiente minuto de tranquilidad en el que reconsiderar lo sucedido; una situación que, repito, todavía no sabía cómo tomarse. No había ocurrido nada trágico, créanlo, tal vez curioso. Se hallaban junto a la barra al mando de sus correspondientes copas recién servidas, el ambiente no estaba mal, tampoco era estupendo, comenzaba a mejorar, no era tarde y quedaba mucha noche por delante; hasta ahí todo bien, pero hubo un momento, un desgraciado momento, en el que su cabeza debió cambiar inopinadamente de lugar y pasó lo que pasó. Y después de aquello no podía seguir allí, sobre todo por ella misma, aunque ahora no le quedaba más remedio que reconocer que su salida por pies había sido una reacción demasiado drástica, más bien irrespetuosa. ¿La culpa de lo sucedido? La música, estaba claro, ese amasijo de ritmos y monotonías sin fin despreciativo de todo lo que tenga que ver con la melodía. No es que le apasionara especialmente la música, sus salidas nocturnas poco o nada tenían que ver con ella, se trataba del acto social en sí, la cena con los amigos y luego alargar la noche hasta que el cuerpo aguantara, charlar, divertirse y hasta bailar si venía a cuento. Pero lo que no imaginaba es que el mundo de la música que en la actualidad se impone, como si le importara a alguien, ese fárrago infame sin alma, fuera tan limitado, y si al principio no cayó en el parecido o las coincidencias no fue por nada en especial, era la música que había en el local. Como también sonaba música en el gimnasio al que acudía cuatro veces por semana para ponerse en forma, nunca le interesó el deporte, pero todas sus amigas lo hacían y ya estaba cansada de que le insistieran, tenía que relacionarse más, y al fin y al cabo ganaba más que perdía. Y entre charlas y músicas  llegó un momento, así se lo imaginaba ella ahora, en el que su cabeza debió sentirse a toda pastilla perdiendo la noción de lugar, salto va salto viene, pierna arriba pierna abajo, corriendo o en cuclilllas, mancuerna arriba mancuerna abajo, a punto de echar el bofe con el maldito body pump pero dispuesta para el próximo meneo, no fuera a quedarse atrás y consiguientemente en ridículo delante del espejo y ante personal tan distinguido; y así vino que, todavía no sabía cómo o por qué, su cabeza se anticipó al siguiente movimiento, tocaba levantar con gran brío hacia el techo el brazo derecho con el inevitable quilo de mancuerna bien sujeto en la mano, claro, pero lo que sucedió fue que levantó el brazo derecho con la copa correspondiente al ritmo de exactamente la misma música que tan sólo unas horas antes revitalizaba su cuerpo en el gimnasio empapándolo de sudor. Con lo que la totalidad del gin-tonic -¡entero! solo había dado un pequeño sorbo- fue a parar contra la cara y pecho de una apretada y redonda señora de estreno que nunca llegaría a enterarse del porqué de lo que acababa de suceder. No puede decirse que se produjera mucho revuelo porque no dio tiempo, los acompañantes de la presunta agresora, tan sorprendidos como la gimnasta a deshora, reaccionaron a tiempo y corrieron a socorrer a la confundida sin poder agarrar por poco la indiscreta raja de limón que se introdujo en el profundo surco que dejaba el negro sujetador encargado de realzar el busto y la silueta de la dama bajo un elegante traje de noche, sin embargo nada pudieron hacer con los trozos de hielo que golpearon en el pecho y mejillas de la damnificada despareciendo nadie sabe dónde. Todo sucedió tan rápido que la víctima apenas tuvo tiempo de reaccionar, sus acompañantes tampoco, ante la avalancha de disculpas que se les vino encima, entretanto, la causante había echado a correr hacia la salida más bien avergonzada por el lapsus o curioso y extraordinario traslado en el tiempo -cual transportador del Enterprise-, que acababa de sufrir; aunque no sabría si llamarlo lapsus o permuta de papeles. El caso es que su primera e instintiva reacción, antes incluso de comprobar, por juiciosa educación, las consecuencias de sus actos y excusarse, fue hacerse hueco a codazos hasta la salida del local y correr hacia su vehículo aparcado antes de que nadie pudiera echarle el lazo, encerrándose a continuación a cal y canto en él presa de un angustioso nudo en el pecho. Probablemente dentro alguien con reflejos estaría inventando una discusión más o menos acalorada para conformar a la señora y su o sus acompañantes -¡buf! vaya marrón-… el caso es que, en esas, alguien hizo un movimiento intempestivo con tan mala suerte que golpeó la mano de mi amiga haciendo que levantara el brazo de forma violenta con el resultado que ustedes han visto y sufrido… más o menos de ese modo.

Tardaban en venir, ¿qué les iba a decir?

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