Los recientes sucesos protagonizados por el Rey de España dejan un curioso poso para quien quiera ir más allá de los simples hechos. ¿Desde cuando un rey tiene que disculparse por lo que hace? ¿No es una de las atribuciones reales estar por encima de este tipo de cuestiones tan vulgares y mundanas? ¿No eran designados los reyes por la gracia divina? Con el paso del tiempo cuestiones como estas han quedado arrincondas en un limbo de absurdos y sin sentidos que a nadie le apetece tocar, a unos por tener intereses directos en el negocio, por vasallaje, servilismo o por simple cuota de poder, a otros por no andar un día tras otro metiendo el dedo en ojo ajeno y con ello perder de vista otras cuestiones más importantes, y al resto por simple desidia, abandono, desconocimiento o histórica resignación. Entonces ¿que función o significado tiene actualmente un rey? Es el representante de todos los españoles -nos diran-, pero ¿de quienes? ¿De unos políticos incapaces de hacer nada por sí mismos si no hay unas arcas públicas que esquilmar o saquear en beneficio propio, que nadie querría en una empresa privada si no fuera por sus bien ganadas influencias en la administración pública nacional e internacional y la capacidad de generar dinero fácil gracias a ellas? ¿El representante de un país de dudosos trabajadores con malos trabajos o sin ninguno a los que les da igual quien les gobierne con tal de satisfacer su impenitente deseo de ganar más y más más dinero a costa de su tiempo, sus vidas, sus familias o el propio mundo? ¿A los integrantes del 15-M? Pero ¿quien quiere un representante?
Desgraciada o afortunadamente los representantes son más necesarios que nunca en el mundo actual, es más, yo diría que son indispensables, por la sencilla razón de que somos demasiados habitantes y todos no podemos ir de la mano a todos sitios, ni podemos hablar al mismo tiempo, ni tenemos las mismas capacidades y, finalmente, porque creo que somos tan estúpidos que seríamos capaces de parar el mundo o destruirlo antes que llegar a entendernos -lo que hoy tenemos causa más sonrojo que alegría. La principal causa de ello es nuestra, me temo que congénita, incapacidad para confiar en los demás, la permanente y nefasta sospecha de que a la primera oportunidad el otro va a hacer aquello que nosotros nunca nos atreveríamos a llevar a cabo, con el agravante de su propio beneficio, y entonces nos despreciaremos a nosotros mismos, y en nuestra doliente impotencia levantaremos un muro de cruel indiferencia tras el cual viviremos ajenos o permanentemente enfadados, odiaremos y envidiaremos acabando hundidos en nuestras más bajas miserias, haciendo del mundo lo que hoy es, un lugar de olvido, desconfianza y desprecio.
Deberíamos ser capaces de abandonar de una vez la borreguil necesidad que tenemos los seres humanos de líderes, padres de la patria, caudillos, reyes, presidentes, excelsos dirigentes, salvadores, pastores y visionarios poseedores de la bendita cualidad de saber mejor que nadie lo que más nos interesa. Aprendamos a confiar, a alegir a quienes sepan y puedan llegar allí donde no podemos hacerlo todos a la vez y conseguir lo que uno a uno nunca podríamos lograr. Siempre será mejor confiar a que nos pastoreen sin pedirnos opinión, y siempre será mejor eliminar, desterrar o sustituir al codicioso o egoista que sostener en nuestra contra un mundo de codicia y violencia.
¿O es que lo que realmente nos gusta son las películas de vaqueros, mafiosos y justicieros de cerebro plano?